viernes, 1 de julio de 2011

Las vidas de otros

Rebus no acababa de sentir tanta emoción. Aquel asunto le había hecho ver la elemental verdad de que la sociedad lleva aparejada la existencia de la delincuencia. No hay vientre sin bajo vientre.

Reconocía que él se contentaba con poco: un piso, libros, música y un coche destartalado; sabía que había reducido su vida a pura apariencia y que había fracasado rotundamente en las cosas importantes: el amor, las amistades, la vida familiar. Se le reprochaba ser un esclavo del trabajo, cosa que no era cierto. Se contentaba con aquel trabajo porque simplemente le daba la oportunidad sin gran compromiso de tratar a diario con desconocidos, gente que no significaba nada para él y en cuyas vidas podía entrar y salir con suma facilidad. Vivía las vidas de otros o parte de ellas como quien experimenta algo pasajero que dista mucho de ser tan comprometido como la vida real.

(Ian Rankin, El jardín de las sombras, Barcelona, RBA Bolsillo, 2006, pág. 419)

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