lunes, 27 de junio de 2011

A este lo vas a querer en tu equipo

El camino difícil, Lee Child

Hagamos un juego. Supongamos que te encuentras, estimado lector, en un callejón oscuro y sucio. No estás solo: hay, pongamos, cuatro o cinco tipos muy enojados. No importa la razón, pero el enojo es contigo, lector. Los tipos portan armas “no inmediatamente letales” (es decir, no pistolas, sino, por ejemplo, bates de béisbol). No hay testigos a la vista. El panorama es feo, ¿eh? Bueno, éste es el juego: te doy un segundo para pensar en un héroe de novela negra, que se materializará en el callejón y te ayudará en ese difícil trance. ¿Listo? ¿Pensaste? Yo también: el mío es y será Jack Reacher, un tipo duro de verdad. Muy duro.

Jack Reacher, el protagonista de El camino difícil, es un expolicía militar. De vez en cuando hace trabajos de investigador privado, pero no parece que sea una ocupacion estable. En esta, décima novela de una serie que ya lleva ¡dieciséis!, podría decirse que su trabajo le cae de casualidad. Una noche, Reacher se encuentra tomando un expreso en un café neoyorquino cuando observa a un hombre subirse a un auto y alejarse. Nada muy llamativo, la verdad. El café está tan bueno que, contrariando una de sus tantas normas internas —llamarlas obsesiones sería más correcto— vuelve a la noche siguiente al mismo lugar, a la misma hora. Allí lo encara un sujeto que le pregunta por el hombre y el auto que vio la noche anterior. Reacher nos sorprende con una descripción ultra detallada del vehículo, como si estuviese viéndolo en ese mismo momento. Es una de las tantas habilidades de Reacher: observar, vivir en estado de alerta.

El tipo que lo interroga resulta ser un militar británico retirado. Lo lleva al famoso edificio Dakota a ver a su jefe, el señor Lane, y a sus compañeros. Reacher detecta enseguida que todos son de alguna forma sus colegas: Marines, Deltas, Recon Marines, comandos SAS, todos combatientes de élite. Le explican que lo que presenció la noche anterior fue la entrega de un rescate millonario por un secuestro, el de la esposa y la hijastra de Lane, y que es el único que vio al secuestrador. Lane no está dispuesto a recurrir al FBI. Así que, pregunta va, respuesta viene, Reacher termina contratado por Lane, quien lo incorpora a su equipo con la misión de encontrar a las secuestradas.

Comienza así una historia interesantísima y atrapante, que nos llevará desde el Greenwich Village de Nueva York hasta la campiña inglesa, pasando por los horrores de las guerras civiles y las revueltas en pequeñas naciones africanas. Con una muy adecuada dosificación de las pistas que permiten al lector ir desentrañanado el misterio a la par de Reacher, la novela se lee de un tirón. A mí criterio no tanto por la historia sino por el personaje: la pregunta no es acá “¿qué va a pasar ahora?” sino “¿qué hará Reacher ahora?”.

Jack Reacher es un personaje muy especial. Su enorme físico, sumado a su entrenamiento militar y a su mente de extraño funcionamiento lo convierten en una especie de máquina super eficiente para el rastreo de personas. Reacher habla muy poco, sólo lo necesario. Observa todo, todo el tiempo. Almacena datos que a la mayoría de los mortales se nos pasarían por alto. Siempre sabe qué hora es gracias a su preciso reloj mental, que incluso le sirve para despertarse. No sabe de dónde le viene esta habilidad, pero la tiene. Y, encima de todo, Reacher puede ser un tipo muy violento. De esos que no se andan con vueltas a la hora de resolver por las malas cualquier situación. En suma, el tipo que te conviene tener siempre de tu lado.

Lee Child, británico al que se le nota poco su origen, escribe con mucho oficio una buena historia, no quiero dejar de mencionarlo. Muchos quisieran escribir una historia tan bien planteada como esta, no lo duden. Pero su mejor creación es este extraordinario personaje. Jack Reacher, norteamericano, y cuyas historias transcurren en Estados Unidos, es una creación muy bienvenida. Es uno de esos personajes que te hacen esperar con ansiedad su próxima novela.

El camino difícil es el primer libro de Lee Child que se puede encontrar en las librerías de Buenos Aires. Sé de alguna vieja edición de otro, y también que RBA ha sacado alguna novela más en su interesante colección Serie Negra.

Venderán al menos una el primer día en que aparezca por aquí.

Traducción (¡excelente!): Magdalena Palmer

5/11

viernes, 24 de junio de 2011

Sangre

Antes de cerrar la puerta Bosch supo que encontraría muerte en el departamento. No había un olor insoportable, no había sangre en las paredes, no había una sola evidencia física en la primera habitación. Pero después de asistir a más de quinientas escenas del crimen a lo largo de sus años de policía, había desarrollado lo que él consideraba un sentido para la sangre. No podía afirmarlo científicamente, pero Bosch creía que la sangre derramada en un ambiente cerrado cambiaba la composición del aire. Y él sentía ese cambio ahora. Le resultaba espantoso reconocer que podría tratarse de la sangre de su propia hija.

(Michael Connelly, 9 dragons, Nueva York, Hachette Book Group, 2010, pág 298, trad. propia)

lunes, 20 de junio de 2011

ESTO ES EL NORTE. ¡HACEMOS LO QUE NOS DA LA GANA!

1974, David Peace


“ESTO ES EL NORTE. ¡HACEMOS LO QUE NOS DA LA GANA!”, es lo que escucha Eddie Dunford, antes de que el policía lo deje inconciente de un culatazo en la cabeza. Esto sucede casi al final de esta novela espeluznante e hipnótica. Estamos cerca del desenlace de una historia brutal, que comenzó apenas unos días antes.

Diciembre de 1974, región de Yorkshire, norte de Inglaterra. Edward Dunford es columnista de sociales en el Yorkshire Post. Dos horas antes del comienzo del funeral de su padre se encuentra cubriendo una conferencia de prensa. Se prevé que la policía va a a anunciar que una niña de diez años ha desaparecido. Los padres desesperados de la niña también estarán allí.

Unos días más tarde la niña es encontrada muerta y violada, con dos alas de cisne cosidas en la espalda. El odiado Jack Whitehead, columnista estrella del diario, vuelve a quedarse con la nota, pero a Edward ya no le importa: lo que había comenzado como una cobertura periodística va conviertiéndose velozmente en una obsesión para él. Relaciona el crimen con otros similares que tuvieron lugar unos años antes y comienza a ir por ahí, haciendo las preguntas inadecuadas a las personas incorrectas. Y empieza a tener problemas. Muchos y serios y muy dolorosos problemas.

En un paisaje gris, frío, bajo una lluvia permanente —es magnífico cómo pinta Peace la geografía y el espíritu del momento por medio de, por ejemplo, las referencias musicales—, Dunford va encontrando y destapando toda clase de asuntos sucios: corrupción policial, negocios inmobiliarios fuera de la ley, crímenes sexuales, desaparición de personas, mutilaciones de animales, chantajes.

La narración cobra un ritmo enloquecido, acompañando el trágico descenso del protagonista y narrador al infierno de esta historia. La trama se complica y por momentos parece confusa, pero lo es en la medida en que la confusión crece dentro de la cabeza de Edward. Y uno se deja arrastrar gozosamente por esta novela magnífica, de esas que dejan una marca. Hay quien dice que no es para cualquier lector. No sé si suscribiría semejante afirmación: la buena literatura debería ser para todos. Que exige al lector, es cierto. Que es muy violenta, también (anotar: sus páginas contienen la sesión de tortura más escalofriante que recuerde haber leído narrada en primera persona. No escabrosa, no gore: TE-RRO-RÍ-FI-CA). Que es una novela descomunal, también es cierto. No debería perdérsela nadie.

Con evidentes influencias de James Ellroy —reconocidas por el propio Peace— tanto en la temática (crímenes perversos, protagonista obsesionado, relaciones tortuosas), como en el estilo (diálogos filosos, frases muy cortas, repeticiones) estamos ante una novela que merece todos y cada uno de los elogios que sobre ella se han dicho, y tal vez más. Primera de una tetralogía denominada Red Riding Quartet, a la que le siguen 1977 (publicada en la misma editorial), y 1980 y 1983 (hasta donde sé, aún no traducidas al español), está inspirada en los hechos reales que acontecieron por aquellos años en esa zona, en la que el llamado “destripador de Yorkshire” asesinó a varias mujeres. ¿Quién guardaba obsesivamente recortes de aquellos diarios sobre el caso? Correcto: el pequeño David Peace.

Supe de este autor, cuyos libros no llegaron a la Argentina, por algún comentario de Paco y Montse, los estimados libreros de Negra y Criminal, de Barcelona. Nobleza obliga, aprovecho este post para agradecerles que ejerzan su oficio con tanta vocación e idoneidad: nunca me ha defraudado ninguna de sus recomendaciones. Supongo que es lo que busca todo buen librero, y ellos lo logran.

(En este caso, también fue necesaria la colaboración más prosaica de “nuestro hombre en la Península”, mi amigo el Negro Blanco, que organizó el contrabando de un par de ejemplares. ¡Te debo un asado!)

Traducción: Manu Berástegui
5/11

jueves, 16 de junio de 2011

Sombra

“Viví. Eso hice. A ellas se las llevaron, pero yo seguí aquí. Encontré al que las había matado y yo lo maté a él, pero no me produjo satisfacción alguna. No alivió el lancinante dolor. No por eso me fue más fácil sobrellevar la pérdida, y casi me costó el alma, si es que tengo alma. El Coleccionista, depositario de antiguos secretos, me dijo en cierta ocasión que no tenía, y a veces tiendo a creerle.
Aún siento su pérdida todos los días. Es lo que me define.
Soy la sombra proyectada por todo lo que existió en otro tiempo.”


(John Connolly, Los amantes, Buenos Aires, Tusquets editores, 2010, pág. 67)


PS: siempre me gustó la idea de extractar párrafos más o menos representativos de un personaje o de una novela. Como hay un muy buen blog que también lo hace (y desde antes que este) quiero mencionarlo como forma de reconocimiento. Publica material de gran calidad así que no es mala idea que lo visiten: uno de mis favoritos, Negra con puntillo, de Terri.

lunes, 13 de junio de 2011

Vértigo livianito

Muerte y vida de Bobby Z, Don Winslow
Supongamos que conocen a un autor, del que han leído dos novelas. La primera de ellas digamos que entra cómoda en cualquier Top Ten de la novela negra contemporánea (por respeto, dejemos afuera a los clásicos). La segunda fue apenas excelente. Resulta que aparece una tercera novela del mismo autor: ¿qué harían ustedes en mi lugar? Correcto, lo mismo que hice yo: zambullirme de cabeza en la primera librería y hacerme de un ejemplar de Muerte y vida de Bobby Z, la última novela de Don Winslow editada por Roja & Negra. ¿El resultado? Les cuento…
Tim Kearney es un perdedor al que todo le sale mal. Estando en la cárcel, preso por atraco a mano armada, le corta el cuello a Skindog, un integrante de los temibles Hell´s Angels. Esto lo convierte en triple reincidente o, peor aún, en hombre muerto apenas vuelva a asomar la nariz al patio de la cárcel.
Conocedor de esta circunstancia, un agente de la DEA llamado Tad Gruzsa, secundado por su secuaz Escobar, le hace una oferta a Tim: debe hacerse pasar por Bobby Z, un narco surfero muerto en un confuso episodio en el sudeste asiático, con quien tiene un asombroso parecido físico. Es sólo por un tiempo, le dice. Después, le darán a cambio una nueva identidad y la libertad absoluta. Tim no se muestra muy convencido, pero con unos golpes bien aplicados, termina tomando la decisión “correcta”.
El asunto es que Tim/Bobby debe ser canjeado por otro agente de la DEA, capturado por Don Huertero, poderoso zar de la droga. Por supuesto, el canje, al mejor estilo guerra fría pero en la frontera mexicana, fracasa. Hay un tiroteo en el desierto y Tim se escapa. Así comienza un agitado periplo en el que Tim/Bobby —ahora buscado prácticamente por todo el mundo— se cruza con la más variopinta galería de personajes. El cowboy Johnson, el indio Rojas y Brian el gordo. La hermosa Elizabeth y el pequeño Kit. El Monje, excómplice de Z, y el loco One Way.
Winslow maneja con astucia esta narración vertiginosa, entretenida, que se lee fácil y al final de cada corto capítulo no te queda otra opción que dar vuelta la página para averiguar qué pasó. Sin embargo, Muerte y vida de Bobby Z no es una novela deslumbrante como las dos citadas al comienzo (por si algún lector necesita aclaración, aquellas dos novelas son la tremenda, enorme El poder del perro y la violenta y a la vez intimista El invierno de Frankie Machine, comentada en este blog, aquí). Escrita íntegramente durante sus viajes en tren al trabajo, “cuando ya daba por terminada mi carrera de escritor”, Muerte y vida de Bobby Z no alcanza aquellas alturas literarias: es una buena novela, y punto.
Tim Kearney es el clásico perdedor que habita ese universo tan bien plasmado por las películas de Tarantino y los Coen (no en vano Fresán los menciona en el prólogo) o por las novelas de Elmore Leonard. Un maleante que, combinando torpeza, mala suerte y simpatía, termina haciéndose querer. ¿En qué falla entonces? En el humor. La narración es por momentos una seguidilla de situaciones ridículas y comentarios pretendidamente graciosos, como si Winslow quisiera mostrarnos que él también es capaz de “guionar” una historia violenta y pochoclera que nos mantenga despiertos dos horas frente a la pantalla. Lo logra, lo que no es poco. Pero no logra la profundidad dramática que, habiendo leído sus anteriores obras, uno espera del gran escritor que es Don W.
La traducción de Eduardo G. Murillo es correcta pero muy ardua para quiénes no hablamos el español castizo de la península. Muchos gilipollas, tías/os, coños, pollas, trena, trullo, chaval… en fin, más de lo mismo.
5/11

lunes, 6 de junio de 2011

Una voz a escuchar en la novela nórdica

La voz, Arnaldur Indridason

Gracias a Larsson tengo mis reservas para con esa suerte de sub-género —en gran parte también un fenómeno de marketing— que podría llamarse “novela negra nórdica”. Pero como soy un cabeza dura y lucho contra mis propios prejuicios, encaré la lectura de esta novela de Indridason que recibí como regalo. Debo admitir que me llevé una grata sopresa.

En los días previos a Navidad, el inspector Erlendur Sveinsson es convocado a un lujoso hotel de Reykjavik, pues allí ha ocurrido un asesinato. La víctima es el portero del hotel, y las circunstancias son algo sórdidas: lo encontraron en su habitación del sótano, un triste cubo sin ventanas, sentado en la cama, apoyado contra la pared. Vestía un disfraz de Papá Noel, con los pantalones bajados, y un condón en su miembro. Lo habían apuñalado en el corazón.

Erlendur decide alojarse en el hotel mientras investiga. Es un solitario que, de todos modos, tampoco tiene otro lugar adonde ir. Desde allí, secundado por sus colaboradores Sigurdur Óli y Elínborg, dirige su investigación. En ella va descubriendo la triste historia de Gulli, el portero asesinado, que había sido un niño cantor prodigio “de voz celestial”, cuya carrera se vio malograda en la adolescencia. Fue durante una noche nefasta que cambió su vida y la de su familia para siempre. ¿Tendrá esa historia que ver con la forma en que Gulli ha muerto?

El escenario fijo —toda la acción se desarrolla dentro del hotel, que Erlendur nunca abandona— me hizo pensar en las novelas clásicas, en los misterios de “cuarto cerrado”. Sin embargo, mientras avanzan las pesquisas, Erlendur se va encontrando con toda clase de turbios asuntos que constituyen posibles y bien negros móviles del crimen: desde pedofilia hasta drogas, desde prostitución hasta robos y corrupción en el hotel.

El hilo de los sucesos y la forma en que Indridason los relata hacen de La voz una libro muy llevadero y grato de leer. Sin embargo, una vez más, como pasa en las buenas novelas, es el personaje lo que importa. Y Erlendur Svensson es un personaje interesante. Policía solitario y experimentado, muy querido por sus colegas, se lo percibe bastante triste y poco sociable. Erlendur tiene dos hijos con serios problemas: uno, con el alcohol; la otra —Eva Lind, bastante presente en esta novela—, con las drogas. El inspector se siente responsable por ellos, ya que los abandonó desde chicos y sólo retomó el contacto recientemente. Indridason usa, con gran pericia, la historia de la infancia triste de Gulli, la víctima, para hablarnos también de la infancia del propio inspector Erlendur, marcada por la tragedia y para nada desconectada con su vida actual de soledad y abandono.

Es interesante percibir los contrastes culturales de personajes tan “nórdicos”, tan lejanos a nuestra idiosincracia latina. Contrastes que se me hicieron evidentes en dos aspectos. El primero, bien aclarado por el correcto traductor, se refiere al uso de los nombres. Todo el mundo se llama por el nombre de pila. E incluso éste a veces es ambiguo, al punto tal que, por ejemplo, no queda claro si Marion Briem, ex superior de Erlendur en la policía, es un hombre o una mujer. El segundo aspecto es la tremenda frialdad con la que el dolorido Erlendur enfrenta el drama de su propia hija. Por momentos se me hacía inconcebible que un padre pudiera reaccionar de la manera en que el inspector lo hace, por grande que sea la angustia que lo embarga.

Esto habla bien del autor, Arnaldur Indridason. Hay cuatro novelas suyas editadas por RBA, así que habrá que tenerlo en cuenta.

Traducción: Enrique Bernárdez

4/11