domingo, 26 de febrero de 2012

DF


La ciudad escupía a sus huestes a las avenidas. La ciudad no perdonaba las horas de sueño maldormidas, el frío que estaba haciendo, la falta de calor en el cuerpo; la ciudad no perdonaba los malos humores, los desayunos a la carrera, la acidez, la halitosis, el hastío.
La ciudad lanzaba a sus hombres a la guerra cada mañana. A unos con el poder en la mano, a otros simplemente con la bendición rastrera de la vida cotidiana.
La ciudad era una reverenda porquería.

(Paco Ignacio Taibo II, Cosa fácil, Bogotá, Editorial Norma, 2010, pg 158)

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