lunes, 16 de abril de 2012

Crisol


Los márgenes de la barriada son invisibles pero imposibles de franquear. Como las caravanas de Buffalo Bill, instalaron alrededor del barrio museos y restaurantes de menú exclusivo, pistas para patinetes y talleres de pintura y circo. Hicieron lo dicho los otros, los listos y sus hijos siempre menos listos. Los que viven allende las murallas y vienen, miran, beben y juegan a pertenecer durante algunas horas al barrio. Pero de madrugada, como ladrones, regresan de incógnito hacia sus casa con aire acondicionado, televisores de plasma y vacaciones en Irlanda para el perfeccionamiento del idioma. Abandonan estas calles que funcionan como jaulas, envases o cócteles que durante estos últimos años se han ido agitando y presionando con la confianza de que aguanten las tuberías que sostienen este crisol de gente. Con la esperanza de que las buenas palabras prendan. De que las retribuciones por ser inválido, por estar parado, por tener hijos o por no tenerlos, por llevar a tu hija al colegio y no coserle el clítoris, por acudir a misa o a la mezquita lo disculpara todo. Y es cierto que todo se perdona. Todo menos el aburrimiento. O el deseo de escapar, la fascinación de convertirse por un momento en el protagonista de la película.

(Carlos Zanón, Tarde, mal y nunca, Barcelona, RBA Libros, 2011, pg 127)

No hay comentarios:

Publicar un comentario