miércoles, 18 de abril de 2012

El hard-boiled nuestro de cada día

A quemarropa, Richard Stark



Como lector de novela negra debo mantener cierto equilibrio: de vez en cuando me viene bien un shot de genuino hard boiled. Es decir, una historia fuerte, de violencia pura y dura que me golpee la cabeza. Nada de denuncia social explícita, una desnuda de todo humor, sin motivaciones pasionales: sólo un botín que cambia de manos, alta traición, venganza y muerte. Si encima la protagoniza un personaje inolvidable, mejor.

Y Parker es un personaje inolvidable. No es que lo diga yo: lo confirma una serie de 24 novelas. La primera etapa se editó entre 1962 y 1974. Parker reapareció 23 años después —todo un indicio de “personaje inolvidable”— para una nueva etapa exitosa de ocho novelas, interrumpida por la muerte del autor (Richard Stark, seudónimo de Donald Westlake, se fue junto con el año 2008). De todas ellas, sólo leí esta que nos trae la Serie Negra de RBA que es, casualmente, la primera de la serie (“nos trae” es un decir: hasta el momento, sigue muy limitada la distribución en Buenos Aires de la SN de RBA).

Parker llega a Nueva York dispuesto a cobrarle a Mal Resnick su traición. ¿Cómo puede pagar Mal? Simple: con su vida. Claro que antes debe devolver a Parker sus 45 mil dólares. De dónde salieron esos dólares, cómo intervino en la traición Lynn, la mujer de Parker, por qué este llega a la ciudad con menos que un pordiosero y cómo termina enfrentando a toda una organización mafiosa que no entiende muy bien de qué forma tratarlo son datos que iremos conociendo con flasbacks y precisos cambios de puntos de vista. Sin embargo, más allá de una trama ágil y bien pensada, no tengo dudas de que lo que deslumbra en A quemarropa es Parker.

Violento al extremo, sin moral, sin códigos. Dispuesto a cualquier cosa para lograr su objetivo. Inteligente y muy muy duro. Sólo con sus manos ya resulta peligrosísimo. Parker —así, a secas, sin nombre de pila— no es un héroe: es un asesino que busca venganza. Deslumbrante e incorrecto, cuando Parker va a interrogar a una mujer y esta le abre la puerta, primero la manda al piso de una bofetada y después la saluda. Por la noche se baja una botella de vodka del pico para dormirse. ¿Resaca? Eso es de flojos.

Y a pesar de/gracias a todo esto es que seguimos con atención sus pasos, deseando en el fondo que pueda consumar su venganza.

He reseñado en este blog a personajes violentos, protagonistas de series. Me vienen a la mente dos, a quienes se los ve actuar en Nueva York: Burke y Reacher. No me extrañaría que Parker haya influido en el diseño de esos personajes de Vachss y Child. Son de un molde parecido: tipos eficaces, inteligentes, fuertes, despiadados. Pero el de Stark los supera en violencia. Porque es una violencia ultra concentrada: Parker no se dedica a desentrañar complicadas tramas (como Reacher), ni reflexiona sobre cuestiones sociales (como Burke y el abuso infantil). Parker es una máquina que avanza hacia su objetivo dejando tras de sí un terreno humeante en el que el dolor manda.

Tal vez no sea yo el indicado para decir que Stark/Westlake tiene oficio: su infinidad de obras lo dice mejor. Pero yo me atrevo a señalarlo en algunos ejemplos. El primer capítulo —se recomienda la LGC1 (“lectura gratuita del capítulo 1”) en un rincón de tu librería amiga— es uno de ellos. Allí Stark/Westlake nos describe a Parker, a lo largo de un día inolvidable en el que trabaja estafando a medio Nueva York. Son seis carillas imperdibles. Otro ejemplo de la economía extrema de este maestro es el del extracto que titulé “Efecto Parker”. ¡Cuánto se puede decir con tres palabras!

No te prives de este shot, amigo lector. No te lo pierdas. Acá hay olor a clásico: por la estatura del personaje, y por la trayectoria del autor, te va a pegar fuerte.

¿No eso lo que se busca?

Traducción: María Teresa Segur

3/12

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