miércoles, 4 de abril de 2012

Una conversación imaginaria


Ya no temblaba como al principio, que sentía escalofríos por todo el cuerpo. Podía estar sentada sin rigidez, aunque tampoco exactamente relajada, pero al menos era consciente de la situación. Lo peor era no pensar en Wayne cuando volvía a casa, o en Wayne en los momentos de ternura, o en Matthew; no se atrevía a pensar en Matthew, sobre todo cuando era pequeño. Si pensaba en él le entraban unas ganas de llorar incontrolables, y temía que una vez que empezara no podría parar.
Para no aferrarse a sus recuerdos, para no dejarse llevar por el pánico o desmoronarse, pensó en Wayne de otra manera, como si estuviese allí con ella, como si no estuviese sola. Wayne estaba mentalmente presente y, sin embargo, era real, porque Carmen lo conocía a la perfección. Carmen le pregunta si tiene miedo y Wayne dice que claro que tiene miedo, que para no tener miedo de esos cabrones hay que estar mal de la cabeza. No te dejes engañar por su conversación distendida y sus gilipolleces; esos tíos son unos putos maníacos. Muéstrate tranquila, no hagas ruido, no les toques las narices; si te conceden más de treinta segundos de libertad, aprovéchalos, sal corriendo por una puerta con todas tus fuerzas. No intentes escapar por la ventana porque no lograrás abrirla. Ella le da las gracias y él se encoge de hombros. ¿Qué más puedo decirte? Corre si se presenta la oportunidad. Si logras hacerte con un arma, úsala. Nada de ponga-las-manos-arriba-mientras-llamo-a-la-policía; úsala. Ella le pregunta dónde ha dejado la Remington. Él no se lo dice. Ella aprieta la mandíbula. Maldita sea, Wayne… Él sigue sin decírselo.

(Elmore Leonard, Persecución mortal, Madrid, Alianza Editorial, 2008, pg 316)

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