sábado, 4 de agosto de 2012

Una historia sencilla


En la novela La playa de los ahogados el inspector Leo Caldas visita a su tío en el hospital. Suele ir junto con su padre. Al verlos juntos, se maravilla con la forma de comunicación de los dos hermanos. En esta escena, Caldas se acuerda de una película.

Entraron en la habitación. La televisión estaba encendida y sin voz, como una ventana por la que su tío Alberto se asomaba al mundo.
—Mira quién está aquí —dijo el padre del inspector, y el rostro del enfermo se arrugó bajo la mascarilla verde del respirador.
Leo Caldas le contó que había estado con Manuel Trabazo esa mañana, que había salido con él al mar.
—Hablando de mar —intervino el padre señalando la televisión.
Un noticiario mostraba imágenes aéreas del rescate de los tripulantes de un barco en medio de un temporal. Los marineros habían sido izados uno a uno desde la cubierta hasta un helicóptero. Un rótulo en la parte inferior de la imagen informaba: «Rescatados con vida los once tripulantes del pesquero gallego hundido en el Gran Sol».
El reportaje terminaba con unas imágenes del barco escorado, ya sin marineros a bordo, siendo engullido por las olas. Caldas pensó en el Xurelo, en la pesadilla vivida por el capitán Sousa y sus tres marineros. En el caso que se le escapaba.
Siguieron viendo el informativo, y Caldas comprobó cómo su padre y su tío Alberto comentaban cada noticia en su lenguaje de miradas.
Recordó una película que había ido a ver con Alba hacía algún tiempo. El protagonista era un anciano que recorría cientos de kilómetros montado en una máquina de cortar el césped para visitar a su hermano enfermo, con quien se había enemistado muchos años atrás. Al final de su odisea, cuando el viejo llegaba a casa de su hermano, apenas intercambiaban un saludo. Se sentaban juntos en el porche, y arreglaban sus diferencias sin necesidad de hablar.

La peli que recuerda Caldas es esta:



(Domingo Villar, La playa de los ahogados, Madrid, Siruela, 2009)

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