lunes, 3 de diciembre de 2012

Lluvia que cae sobre el alma


Dura la lluvia que cae, Don Carpenter

El dato de la existencia de esta novela me llegó primero, cuándo no, por la recomendación de Montse, la librera de la Barceloneta. Juro que, tiempo después, también he leído la opinión de Andreu Martín en algún lado, aunque ya no puedo encontrarla ni exprimiendo el Google… Ambos la elogiaban de tal manera que decidí conseguirme un ejemplar: free shipping desde vaya uno a saber dónde, noventa días más tarde estaba en mi puerta.

La historia, que Carpenter organiza en tres partes y un epílogo, comienza antes del nacimiento de Jack Levitt. Su madre, una adolescente fugada de casa, conoce a un vaquero pendenciero y borracho. Estamos a fines de los años 20, en plena crisis. Adolescente y vaquero se escapan juntos, su relación es breve y violenta. El resultado: un bebé abandonado en un orfanato. Es el pequeño Jack. A pesar de tibios intentos de su padre por encontrarlo, el niño nunca conocerá a sus progenitores: a él un caballo le patea la sien; ella, en cambio, prefirió para sí una escopeta de diez cartuchos.

Ya en 1947, el país marcha a toda máquina. Pero no todos viven la explosión de hueca felicidad que significa la posguerra para el Imperio. Siempre están los excluidos, como Jack y sus amigos. Escapado del orfanato, Jack es un muchacho muy duro. Lo suyo es la pelea. Se dedica a holgazanear en los salones de billar de Portland. Allí conoce a Denny Mellon, y al negro Billy Lancing, un prodigio jugando al billar en cualquiera de sus variantes. Obnubilados por el deseo de tener dinero, chicas, whisky, autos, un día se meten en una casa vacía y arman una fiesta que termina mal. Jack es llevado de vuelta al orfanato. Allí vivirá meses en un pozo de castigo por atacar a un guardia, desnudo y sin ver la luz. El relato de estos días es tan angustiante, tan aterrador que uno no comprende cómo es que Jack no se entrega a la locura.

La acción salta a 1954. Jack está en San Francisco, y vuelve a encontrarse con Denny. Este se ha convertido en un ladrón, y se la pasa de fiesta con un par de chicas, Mona y Sue. Jack se suma al grupo, y vive semanas de sexo y alcohol. Y en medio de una borrachera interminable, un día se da cuenta de que lo están juzgando por algo que, honestamente, no recuerda si ha sucedido o no. Lo cierto es que termina preso en San Quintín. Allí aprende a sobrevivir en la cárcel —trabaja en la cocina, estudia—, y compartirá celda con su viejo conocido Billy Lancing, preso por una estafa menor. Lejos de los clichés que retratan a la sexualidad carcelaria como violenta y deshumanizada, Jack y Billy se hacen amantes. Más aún: aunque Jack pretenda negarlo, y ni de cerca pueda verbalizarlo, están enamorados. Al final de esta etapa, Jack llora con amargura, como nunca lo había hecho antes en su triste vida.

Ya fuera de San Quintín, en 1956, Jack está decidido a cambiar de vida. Trabaja duro en una panadería. Luego de un altercado con unos clientes arrogantes y algo pasados de alcohol, comienza una relación con Sally. Sally es una joven buscavidas, divorciada de un actor famoso, y que frecuenta a amigos millonarios. Ni Jack ni Sally parecen personas aptas para la institución matrimonial. Sin embargo, viajan a Las Vegas y se casan. Tienen un hijo —bautizado Billy Lancing Levitt—, pero la relación es tan tormentosa y dañina que Jack echa de casa a su mujer. Él intenta quedarse con el chico, pero al final termina lejos del pequeño Billy. A Jack no le queda entonces otra opción que volver a empezar.

Esa es más o menos la historia. Que ya por sí sola es atrapante. Pero no es todo.

Dura la lluvia que cae es una novela a la que no es fácil ponerle una etiqueta de género. La presencia del delito y la violencia la acercan a la novela negra. Pero más que a géneros, remite a autores: lo carcelario, a Edward Bunker; el frenesí beatnik de vivir ahora, con la certeza de un futuro chato, muerto, a Kerouac; las atormentadas conciencias de sus personajes, ávidos de redención, a Dostoievski (autor que el mismo Jack lee en la novela).

Sin embargo, lo más fuerte que tiene Dura la lluvia que cae es que es —tal como dice George Pelecanos en el excelente prólogo— “una novela de ideas”. A través de las vidas de Jack y Billy, hombres que no encajan en nada, Carpenter construye este alegato contestatario, anti sistema, que cuestiona toda una forma de vida que desborda crueldad e inhumanidad. Y no lo hace ni desde el panfleto fácil, ni subido a ningún pedestal, sino que monta estos dos inolvidables personajes y nos abre sus conciencias y sus corazones. Pensar que este pedazo de novela fue publicado en 1966, mucho antes de que la corrección política lo contaminara todo y se erigiera como una forma velada de censura, produce una mezcla de asombro y de esperanza. Asombro por la valentía con la que se trata, por ejemplo, el tema racial en la negritud a medias de Billy. O por la crudeza para abordar la homosexualidad. No desde lo explícito, que es lo que habitualmente ofende al biempensante mediopelo, sino por el tratamiento en cuanto a amor entre varones, infinitamente más incómodo y, por tanto, movilizador. Y esperanza porque me vuelve a poner delante de los ojos la evidente potencia de la Literatura (así, con mayúsculas) como instrumento para preguntarnos sobre nosotros, nuestro mundo, nuestro propósito y sentido.

Es dura y difícil, pero no dejes pasar esta lluvia: es imperdible.

Traducción: Ramón de España

11/12

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