sábado, 30 de junio de 2012

Pensamientos afilados


JW se sentó. En la mesa había una bandeja para combinados: una cubetera con una botella de vodka y botellas de veinticinco centilitros de tónica Schweppes, ginger ale, soda y russian. JW vio confirmada una regla básica: hay que beber combinados o champán, pero no cerveza.
Era difícil hablar con la música. Sophie le sirvió un vodka con soda. JW dio un sorbo, removió la bebida y tomó un cubito de hielo con los dedos y se lo metió en la boca. Lo chupó con fuerza. Sophie lo miró y dio un sorbo a su bebida.
Repasó mentalmente los consejos de Abdulkarim. Empieza invitando gratis. Haz amigos siendo generoso, amigos a los que les guste la coca. Amigos que tengan dinero o que tengan amigos con dinero. Asegúrate de que la gente se meta lo menos posible en el propio boliche; es un lugar poco seguro. Mejor ir a tomar la última a casa. Organiza reuniones en casas para tomar la última. Dásela a medio conocidos en la casa, después de salir. Métete en casa. Al principio no vendas grandes cantidades, no te interesa crear un mercado de reventa.
Nippe se inclinó hacia adelante y empezó a hablar con Sophie. JW no oía lo que decían. En cambio se dedicó a disfrutar del colocón, se desabrochó un botón de la camisa y dio varios tragos a la bebida. Sentía que sus pensamientos eran tan afilados como una hoja de afeitar Mach 3.

(Jens Lapidus, Dinero fácil, Buenos Aires, Suma de letras, 2009, pg 95)

viernes, 29 de junio de 2012

Reacciones, rodeos, miradas: sólo un latino


Jorge envidiaba la otra vida de JW: Stureplan. Jorge había ido de fiesta por ahí muchísimas veces. Había invitado a pibas a tomar champán a lo grande. Había comprado a los porteros, se había saltado las colas. Había conseguido llevarse rollos a casa de lo que había en el mercado de carne.
Sin embargo faltaba algo. Veía a los chicos suecos. Por mucha plata que gastara no alcanzaba nunca su nivel. Jorge lo notaba. Cada extranjero de la ciudad lo notaba. Por mucho que lucharan, se pusieran cera en el pelo, compraran la ropa correcta, fueran honorables y tuvieran cochazos, no formaban parte de ellos.
La humillación siempre estaba a la vuelta de la esquina. Se notaba en las reacciones de los empleados, en los rodeos que daban las ancianas en las veredas y en las miradas de los policías. Aparecía en los ojos de los porteros, las muecas de las chicas, los gestos de los camareros. El mensaje, más claro que la política de segregación de la ciudad de Estocolmo; al final siempre eres sólo un latino.

(Jens Lapidus, Dinero fácil, Buenos Aires, Suma de letras, 2009, pg 417)

jueves, 28 de junio de 2012

Un garito serbio


El gimnasio: un garito serbio. Obsesión por los anabólicos. Una granja de guardias de seguridad. En resumen, impregnado de Radovan.
Mrado llevaba cuatro años yendo a Fitness Club.
Le encantaba el lugar pese a que los aparatos estaban bastante hechos polvo. Fabricados por Nordic Gym, una marca antigua. Las paredes no estaban totalmente limpias. Desde el punto de vista de Mrado, no importaba. Lo que contaba eran la clientela y las pesas. La decoración en general: el típico kitsch de gimnasio. Plantas de plástico en dos contenedores blancos con tierra de mentira. Delante de las dos bicicletas estáticas, una televisión fija a la pared que transmitía Eurosport. En los altavoces, eurotecno constantemente. Arnold Schwarzenegger posaba en pósteres de 1992. Ove Rytter en uno del Campeonato del Mundo de Gimnasia de 1994. Dos pósteres de Christel Hansson, la chica con tabletas de chocolate y tetas de silicona. ¿Sexy? No era el estilo de Mrado.
Objetivo: grandulones. Pero no los más locos que competían; no estaban hechos de la pasta adecuada.
Objetivo: hombres que se preocupan por su cuerpo, del tamaño, de la masa muscular, pero al mismo tiempo conscientes de que ciertas cosas importan más que entrenar. El trabajo tiene prioridad. El honor tiene prioridad. Las acciones correctas tienen prioridad. La prioridad más alta: mister R.

(Jens Lapidus, Dinero fácil, Buenos Aires, Suma de letras, 2009, pg 37)

martes, 26 de junio de 2012

En el estado de bienestar


Dinero fácil, Jens Lapidus


¿Qué escritor de novela negra no querría absorber algún tipo de influencia del enorme James Ellroy? Intuyo que casi todos. Y Lapidus, seguro. Ahora bien, el asunto es lo que cada autor puede hacer con esa influencia tan deseada. Si sos David Peace, te sale el desgarrador Red Riding Quartet. Y si sos Jens Lapidus, llegás hasta esta Trilogía de Estocolmo. Que, aclaro, no es poca cosa. Dinero fácil es la primera entrega. Una breve descripción de la historia debería decir que hay tres personajes principales, cuyas vidas, para bien o para mal, terminarán cruzándose:

Mrado Slovovic es un matón serbio que trabaja para el gran capo de la mafia de los yugoslavos, Radovan Kranjic. Mrado es una montaña de músculos anabolizados. Peleando en los Balcanes perfeccionó su herramienta de trabajo: el miedo. Mrado también tiene un lado sensible en su hijita Lovisa, a la que no le permiten ver.

Jorge Salinas Barrio es un inmigrante chileno. Se escapa de la cárcel, y en poco tiempo está en las calles, volviendo a la venta de cocaína. Su objetivo: vengarse de Radovan y Mrado, quienes lo mandaron en cana. ¿Lado sensible? Hermana y madre, inmigrantes latinas en el no tan acogedor Estocolmo.

JW es un estudiante muy cool, cheto, pijo. No lo trae de cuna, pero trabaja para serlo: planifica los lugares en los que hay que estar, con la ropa que hay que vestir, para impactar a la gente que está allí, bien arriba. Boliches, música, chicas: todo se lo gana manejando el taxi de un árabe por las noches (lejos del barrio de sus amigos, desde luego). ¿Qué le vendría genial a JW para tener plata y ganar prestigio y amistades en el exclusivo mundo en el que se mueve? Vender cocaína, claro. Eso sí: cuando baja de la fiesta, sigue obsesionado por encontrar a su hermana, desaparecida misteriosamente.

Y es todo lo que voy a decir de estos personajes. No es difícil imaginar cómo van a terminar relacionados. Pero eso no le quita un gramo de interés a esta historia de muy buen ritmo. El estilo que elige Lapidus deja en evidencia su lectura admirada del Perro Loco norteamericano. Oraciones cortas. Sin verbos. Repeticiones. El arsenal de recursos que hace que el nombre de Ellroy aparezca jerarquizando tu solapa: “se lo ha comparado con…”. Está bien, mejor no meterse con el marketing. Ahora, si vamos a la historia, no tiene esa oscuridad ellroyana, sí presente en la mencionada de Peace. Dinero fácil es una buena historia. Rápida, ágil, pero no tan oscura. Alguien incluso podría decir que le sobran algunas de sus más de 600 páginas. Puede ser, pero no es grave: definitivamente no es un Larsson.

Mucho se ha dicho de esta trilogía como un válido retrato del Estocolmo oculto, una “incisión en la sociedad sueca que nos la muestra cruda, indiferente y escindida”. Parece que el estado de bienestar escandinavo, meca de cuanto progre habitara en este otro mundo, tiene un lado B, quién iba a decirlo… Como nunca me lo tomé muy en serio, mucho más que esa pseudo denuncia que quieren vender los editores, lo que más me interesó a mí de esta novela de Lapidus fue la descripción detallada que hace de algunos mecanismos criminales. Principalmente de dos:  del transporte de drogas y del lavado de dinero. Apostaría a que Lapidus aprendió de esto en casos reales a lo largo de su carrera de abogado. Desde luego, sería ingenuo pensar que las formas en que JW y sus secuaces mueven la cocaína sean formas viables y que se puedan aplicar. Pero créanme que —al menos a mí— me resultaron de lo más ingeniosas.

Lo he dicho en otros post, y lo repito: tengo algo con la novela negra nórdica. Hace poco me regalaron una. Puse tal cara que enseguida me dijeron: “Tranquilo, se puede cambiar”. Es lo que me pasa: después de haber leído a Mankell, a Larsson, a Indridarson, todavía soy cauto con este subgénero. Sin embargo, un autor como Lapidus —y tal vez Nesbø— despega del resto de tal forma que invita a darle una nueva oportunidad.

Veremos cómo sigue la cosa en Mafia blanca (en España es Nunca la jodas), la segunda parte.

La traducción de María Sierra no llega a ser mala. Pero su mezcla del castellano de España con vocablos más comunes en el de Latinoamérica (pibes, cana, falopa) la hace, por momentos, incómoda.

4/12

domingo, 24 de junio de 2012

Siluetas en la niebla


Una mujer, un hombre... y un revólver: las tres siluetas que eligió el amigo Nico Ferraro para la imagen que desde hoy encabeza el blog, y nuestra página de Facebook.
Nico es diseñador, dibujante de historietas, escritor y bloguero. Una parte de su trabajo se pudo ver en el Festival Azabache. Otra parte es la que sube a su blog Mugre y sangre. El resto está inédito, pero en ebullición.
Claro que, más importante que todo eso, Nico también es un amigo generoso.
¡Gracias por la nueva imagen de La Forma!

miércoles, 20 de junio de 2012

No plan is good plan


Recordó que, en cierta ocasión, Ryder había hablado de este asunto. Por aquel entonces, más que agradecerla, le había alarmado la previsión de Ryder.
—No veo por qué han de encontrarme —le había dicho a Ryder—. Puedo permanecer en tu casa.
—Quiero que estés en la tuya. Cualquier cosa que se saliese de lo corriente les haría sospechar.
—Tendré que inventar una coartada.
Ryder meneó la cabeza.
—Investigarán más a fondo los detalles de aquellos que presenten coartadas que los de quienes no la tengan. La mayoría de las personas a quienes interroguen no tendrán coartada; por consiguiente, te perderás entre ellas. Tienes que decir, simplemente, que pasaste una parte de la tarde dando un paseo y otra parte leyendo un libro o echando una siesta; y no precises demasiado las horas.
—Pensaré un poco sobre lo que tengo que decir.
—No. No quiero que lo ensayes; ni siquiera has de pensar en ello.
—Podría decir que me enteré por la radio y que estoy horrorizado...
—No. No es necesario alardear de espíritu justiciero. De todos modos, tus opiniones les tendrían sin cuidado. Investigarán a centenares de personas por mera rutina. Piensa sólo que serás uno entre una larga lista de nombres.
—Lo dices como si fuera una cosa fácil.
—Y lo es —dijo Ryder—. Ya lo verás.
—Sin embargo, me gustaría pensarlo un poco.
—Nada de eso —dijo Ryder, con firmeza—. Ni ahora, ni cuando todo haya terminado.

(John Godey, Pelham uno dos tres, Barcelona, Mondadori, 2009)


lunes, 18 de junio de 2012

Unos tipos en el túnel

Pelham uno dos tres, John Godey



Estamos en Nueva York a comienzo de los setenta. Un grupo de cuatro delincuentes secuestra un tren del metro. Es el que sale de la estación de Pelham Bay a la 1:23 PM, es decir, el Pelham uno dos tres. ¿Qué pretenden los secuestradores? Un millón de dólares. Que sean imposibles de rastrear, en determinada proporción de billestes de 50 y 100. Las autoridades dispondrán de una hora para cumplir con el pedido. Si no, un pasajero morirá por cada minuto que se pasen del tiempo indicado. Esa es toda la anécdota. Parece poco, pero si al autor sabe, es suficiente para quedar atrapado: ¿pagarán las autoridades, o tendrán los secuestradores que ponerse a matar gente? ¿Cómo van a escapar? ¿Cómo reaccionarán los pasajeros?

Para narrar los acontecimientos de esas horas terribles, Godey, con buen criterio, elige una estructura de tipo coral, con narraciones en tercera persona. Es decir, va moviendo la “cámara” de un personaje a otro para mostrarnos los distintos puntos de vista mientras la historia avanza. De algunos de ellos nos cuenta un poco más. Así sabemos que Ryder, el gélido jefe de los secuestradores —lejos, el mejor de los personajes—, es un mercenario que ha peleado en guerras internas en el África. Y que Longman, otro de los delincuentes, fue empleado en el metro de Nueva York. O conocemos la extraña relación que el policía Tom Berry mantiene con su novia Dedee.

A la vez que sostiene la tensión con gran habilidad, Godey entrega un relato muy verosímil. Se ve que hizo un trabajo muy serio al documentarse para esta novela. La descripción de los procedimientos de las autoridades de transporte y de la policía, y del funcionamiento del sistema ferroviario es minuciosa. Al punto tal que algunos dicen que la aparición y el éxito de la novela (y de la primera película) forzaron al rediseño de ciertas medidas de seguridad, ya que se consideró que el plan que revelaba tenía gran posibilidad de éxito en la vida real.

Además de thriller, Pelham es una buena pintura del tipo de sociedad que constituían los neoyorquinos por aquellos años. La creciente importancia de los derechos civiles —estamos al final de Vietnam— que viene conquistando la ciudadanía; la presencia de grupos de choque de la comunidad negra, como los Panteras; el feminismo militante; la actitud de la policía, reacia a reconocer todos estos cambios. Godey despliega un sentido del humor de acidez extraordinaria, con el que, por ejemplo, ridiculiza al alcalde y otras autoridades de la ciudad.

Este sentido del humor es uno de los puntos fuertes de la novela. Es más: me atrevería a decir que su incorrección política al tocar algunos de estos asuntos, como el feminismo, o los derechos de las minorías, o el retrato de la policía “represora” la hubieran convertido en una novela de difícil publicación en estos días pasteurizados. Claro que su carácter de best seller clásico permite pasar por alto este detalle y publicarla de nuevo ahora. De cualquier forma, es una buena noticia que así haya sido.

El segundo punto ganador de la novela es la tensión constante a lo largo del texto, hasta cierto momento —no puedo revelarlo— en el que la acción se acelera de una forma tal que a mí me resultó imposible largar el libro hasta ver el final. Que, dicho sea de paso, Godey resuelve de manera magistral. Un final de esos que quedan en el recuerdo.

Pelham uno dos tres fue llevada al cine en dos oportunidades. La primera en 1974 (tráiler acá). La segunda, en 2009 por Tony Scott (ver tráiler), con John Travolta y Denzel Washington en los protagónicos (más o menos al mismo tiempo en que fue editada por la colección Roja & Negra de Mondadori/Fresán: no sólo acertada sino también oportuna decisión). Vi sólo esta segunda versión: las diferencias con el texto son abrumadoras. Los personajes son bien diferentes, en especial el de Ryder/Travolta. El final es muy distinto. A mí la película me gustó, pero más allá de la idea del secuestro, no tiene mucho que ver con esta muy entretenida novela.

Traducción de J. Ferrer Aleu

4/12

viernes, 8 de junio de 2012

La diferencia entre un fan y un lector


¿Vos sabés cuál es la diferencia entre un fan y un lector? Bueno, los autores también…

Por eso, si querés andá al BAN! con tu librito bajo el brazo para que te lo firmen en un pasillo. Pero antes, leélo, en serio. Es mejor para tu autor favorito, pero sobre todo, es mejor para vos.

Si te das una vuelta por La forma en que algunos mueren podrás saber de qué va lo que escriben estos autores que estarán en el BAN!. Los comentarios son opinables, claro, pero lo mejor es que vas a encontrar extractos para apreciar cómo escriben lo que escriben.

Por ejemplo, podés ver a ciertos finalistas de los más importantes premios de la Semana Negra de Gijón 2012: la flamígera CristinaFallarás, los amigos Kike Ferrari y Leo Oyola (la semana próxima, estos dos se ocuparán de que las cervecerías no noten que Salem no vino al BAN!).

Cristina es también una de las responsables de sigueleyendo.es. Algunos de sus Bichos también invadirán el BAN!, entre ellos Raúl Argemí, Gaby Cabezón Cámara y Juan Mattio (al menos a estos dos últimos los veo colaborando con Kike y Leo en lo de las cervezas)

No te pierdas a Miguel Molfino, chaqueño que ya pisó fuerte en Gijón el año pasado con sus monstruos. Y podés conocerlo a BernardoFernández, alias BEF, escritor y dibujante que viene de México con su Hielo negro (ojo si te ofrece una pastilla).

Ahora si lo tuyo son los clásicos fijate lo que hay acá del otro chaqueño más famoso, el gran Mempo Giardinelli. Hablará en el BAN!, pero también va a presentar la peli basada en esta novela suya. ¿Y qué se puede decir del maestro de maestros Juan Madrid (la persona con el apellido mejor puesto que yo conozco)? Que siempre es poco lo que leas de él: habría que agarrar todos sus libros y naufragar a propósito en una isla desierta... Acá tenés algo, un poquito, de su imperdible y extensa obra.

Párrafo aparte para nuestro querido Guillermo Orsi. No te pierdas ninguna charla en la que él aparezca, en serio (imagino que ya todo el mundo tiene agendado que se cierra el BAN! con la presentación de su novela Segunda vida.  No podés faltar, porque sigue Malvinas…)

Y, si te animás, acercate al autor intelectual de todo esto, el comisario Ernesto Mallo. Llevale alguno de los casos del Perro Lascano que te lo va a agradecer, seguro.

Es todo, amigo visitante. Tenés el fin de semana para hacer los deberes y llegar al BAN! bien preparado, y con todo leído. 


Porque estos autores merecen fans, sí. Pero más merecen lectores.


¡Nos vemos ahí!




jueves, 7 de junio de 2012

Chavos hablan en Londres (o la vida más allá de la RAE)


No era la primera vez que vendía. En Guanatos burreaba mota; me la daban en el centro y la llevaba en moto hasta Chapala, con unos gringos, pero un día me torcieron unos federales y me quitaron todo. Pinches ojetes.
Akira contestó un anuncio que pusimos en la Time Out. Venía llegando de Hiroshima quesque a estudiar administración. “No mames, ¿a poco todavía existe Hiroshima?”, le pregunté. “No, pos que sí”, me dijo. Luego luego que llegó el pinche Ian le forjó un marranote de la mota que le traían de Afganistán. A mí ya no me gusta la pacheca, pero la neta es que ese pinche grifa pone cabrón. Más que la de Acapulco o la de Michoacán. Se han de mear encima o sabe qué madre le echen.
 Mientras tanto yo seguía conectando las pastillitas. “¿Y cómo se llama esto?”, le pregunté al primo de Omar. “No, pos que se llama Nuke, Buzztard, Efedrona, como tú quieras”, me dijo.
Aunque la Druuna no se murió, no metí la chingadera luego luego; anduve limpio unos meses porque al Didier, un negrito haitiano que trabajaba con nosotros en el bar lo atropelló una camioneta sobre Albany Road, frente a Burgess Park, por venir bien puestote. Lo hizo cagada.
Esas cosas sí acalambran.

(Bernardo Fernández, Bef, Hielo negro, México, Grijalbo, 2011, pg 56)

martes, 5 de junio de 2012

Dos mujeres, un camino

Hielo negro, Bernardo Fernández, Bef



Los amigos cronistas policiales se acordarán mejor que yo, pero hace un par de años apareció en los medios argentinos el tema del tráfico de efedrina desde nuestro país hacia México. Se lo mencionaba como una de las patas posibles de aquella triple matanza de General Rodríguez. Después aparecieron otras explicaciones: adulteración de medicamentos, obras sociales con cuentas algo turbias. Asuntos más de entrecasa, digamos.

Me acordé de aquel suceso al comenzar Hielo negro, la novela del mexicano Bernardo Fernández, BEF, que ganó en 2011 el premio Grijalbo de novela. La historia arranca con una memorable escena en las que seis gorilas (no hombres grandes, no patovicas: seis personas disfrazadas de gorilas) llegan una noche a un laboratorio. Convierten al personal de seguridad en doce cadáveres, y se llevan dos toneladas de pseudoefedrina. Todo queda registrado en las cámaras de vigilancia: los gorilas además de armados, van en patines. Toda una performance de vanguardia.

Como las que le gustan a la excéntrica Lizzy Zubiaga. Millonaria y bella, se codea con lo más selecto del ambiente del arte contemporáneo en las galerías europeas, y es un “peso pesado” en ese mercado. Claro que esa es una cara de Lizzy. La otra es la que explica de dónde saca sus millones: Lizzy heredó de su padre el poderoso cártel de Constanza. Lo conduce con mano cruel, pero con cerebro frío. Hábil conocedora de su mercado, ha visto dónde está el futuro: adiós coca colombiana, bienvenidas las metanfetaminas. Las drogas de diseño. La más perfecta de ellas será el “hielo negro”.

La agente de policía Andrea Mijangos es una mujer robusta —gorda pero durita¸es decir, sexy— y de temer. Metalera por gustos musicales y por actitud, no tiene su autoestima muy alta. Sólo se siente deseada por el Chaparro Armengol, un corrupto policía judicial, casado, que es su amante. Andrea y su parejita de patrulla, el Járcor, intervienen brevemente en aquella masacre del comienzo, aunque enseguida son desplazados por los federales.

Los caminos de Andrea y Lizzy comienzan a acercarse cuando la agente de policía decide vengar el asesinato de Armengol, que descubre obra del cártel de Constanza. El explosivo cruce se produce en el final, con una fiesta electrónica y el caribe mexicano como escenario.

Hielo negro no es una “narconovela” a la manera de mi admirada El poder del perro. Hielo negro es una historia relacionada con las drogas, se mete con el tema, pero lo que aquella tiene de dramática y difícil, esta lo tiene de veloz, de entretenida, de divertida. Esto que para algunos críticos parece ser una contra, un simple lector lo agradece pues es lo que busca. Utilizando un lenguaje callejero algo áspero —pero al final comprensible— para los no mexicanos, Hielo negro vende puro entretenimiento, en todo. Desde el arte de tapa, la estructura en breves capítulos y sus personajes extraños. Y cumple con lo que promete: entretiene.

Bernardo Fernández, BEF, es un artista que viene del palo de géneros populares como la ciencia ficción y el cómic. En alguna entrevista ha deslizado la posibilidad de una serie con Andrea y Lizzy —presentes en la anterior Tiempo de alacranes—. Los interesados lo indagaremos sobre esto en algún pasillo del BAN!, el Festival Buenos Aires Negra, que BEF visitará en los próximos días.

(También será una buena oportunidad de tirarle un ejemplar de Chamamé, a ver cómo se las arregla con el argot tumbero local, pinche güey…)

5/12

domingo, 3 de junio de 2012

Un cuchillo por tus te quiero me quieres


Retuerzo el cuchillo:
—Esto es por todo lo que me has hecho, por todo lo que me has hecho ver, por todas las pollas que he chupado y todas las noches que he pasado sin dormir, por las voces en mi cabeza y el silencio de la noche, por el agujero en mi cráneo y las cicatrices en mi espalda, por las palabras escritas en mi pecho, por el niño que fui y los niños que vi, por Michael Myshkin y Jimmy Ash, por Johnny Piggott, el gordo, y por su hermano Pete, por Leonard Marsh y su padre, George, por todos los niños a los que te has follado y por sus padres que disfrutaban mirando, por sus cámaras en la mano y sus pollas en mi culo, por tu lengua en mi boca y tus mentiras en mis oídos, tus te quiero me quieres, por sus clavos en mis manos y los tuyos en mi cabeza, por ese cuchillo en mi corazón y éste en el tuyo.
Adiós, dragón.
Vuelvo a sacar el cuchillo…
Lo beso por última vez…
Y lo suelto…
Hacia atrás…
Escaleras abajo.
Con el pecho desnudo y empapado de sangre.
Me vuelvo y me veo en el espejo del baño:
Un agujero en la cabeza.
Protuberancias en la espalda.
Diez letras en mi pecho:
Un solo amor.

(David Peace, 1983, Barcelona, Alba Editorial, pg 534)

viernes, 1 de junio de 2012

La pesadilla de cualquier jurado

Se conocieron hoy los finalistas a los prestigiosos premios que otorga la Semana Negra de Gijón.

Acelerados por tanta buena letra llegando al podio, felicitamos a todos los autores, y en especial a los queridos amigos de la casa Cristina Fallarás (Las niñas perdidas), Kike Ferrari (Que de lejos parecen moscas), Leonardo Oyola (Kryptonita) y Carlos Salem (Un jamón calibre 45).


 

Los lectores, felices. Y levantando apuestas.

Los jurados… bueno, ¡ahora los quiero ver a los jurados!


Las cosas no siempre habían sido así

Me desperté de rodillas, con las manos unidas en actitud de oración, entre las sombras y el silencio total de la noche, la casa oscura y en silencio, y agucé el oído para oír algo, lo que fuera: las pisadas de un animal o de un pájaro, un coche en la calle, una botella de leche en la puerta, el golpe seco del periódico en el felpudo, pero no se oía nada, sólo el silencio, las sombras y el silencio total, y me acordé de cuando las cosas no eran así, porque no siempre habían sido así, de cuando había pisadas humanas en las escaleras, pies de niños, el estampido de una pelota contra un bate o una pared, el estallido de una pistola de juguete o de un globo explotado, timbres de bicicletas y el timbre de la puerta, risas y teléfonos sonando en las habitaciones, los olores, los ruidos y los sabores de las comidas que se preparaban, se servían y se comían, de las bebidas que se servían, de los vasos que se levantaban y de los brindis de los hombres borrachos con cigarros en la mano y chaquetas de terciopelo negro, de sus mujeres con sus copas de jerez y sus trajes de fiesta, la habitación de invitados para las largas noches de verano cuando nadie estaba en condiciones de conducir, cuando nadie podía irse, hasta la última vez, la última vez cuando sonó el teléfono y el silencio se instaló para siempre, el silencio que seguía conmigo en ese momento, tumbado entre las sombras y el silencio total de una casa oscura y vacía.

(David Peace, 1983, Barcelona, Alba Editorial, pg 491)