domingo, 13 de enero de 2013

Conduciendo a Mr. Mandela


Los cañaverales dieron paso a las colinas. Una ciudad pasó borrosa junto a ellos. Dell miró a su padre.
—¿Recuerdas este lugar?
—Sí —tosiendo, despertándose de su trance—. Ha cambiado mucho con los años. Entonces sólo era un camino de tierra.
—Entonces, todo aquello de de haber detenido a Nelson Mandela, ¿era cierto?
—¿Me estás llamando mentiroso, chaval? —volviendo la mirada hacia él, recuperando parte de su vieja jactancia en la voz.
Dell se encogió de hombros. Su padre rió y ahogó una tos. Apuntó con un dedo retorcido y manchado de nicotina más allá de las casas y los campos, hacia una carretera que discurría en paralelo a la autopista.
—Fue justo ahí. Agosto de mil novecientos sesenta y dos. Mandela estaba huyendo. Llevaba meses a la fuga. Los servicios secretos sudafricanos iban tras él, pero eran incapaces de encontrarse la polla en los calzones. Les dije que había estado aquí, visitando a un jefe zulú llamado Luthuli. Que fingía ser el chófer de un blanco viejo, marica y comunista. Esperamos, yo y los bóer. Vimos el coche acercarse por la carretera. Mandela ni siquiera iba al volante. Conducía el viejo marica. ¿Un blanco llevando a un negro en este país en el año sesenta y dos? —rió entre resuellos—. Los sudafricanos detuvieron el coche y Mandela se entregó sin ofrecer resistencia. A la cárcel durante ventisiete años.
—¿Cómo sabías dónde estaría?
Goodbread se había sentado completamente erguido, más como el hombre que Dell recordaba.
—Trabajaba para la CIA, chaval. Mi tapadera era consejero júnior en Durban, pero estaba al servicio de Langley. Me había infiltrado entre los comunistas y sus compañeros de viaje aquí, en Natal. Judíos. Indios. Algunos zulúes educados. Fue demasiado fácil, joder. Uno de ellos entregó a Mandela por cincuenta dólares.
—Él lo niega, ¿sabes? Mandela. Que fuera traicionado. Dice que sencillamente fue un descuido.
—Es un caballero.
Dell volvió la mirada hacia el anciano, buscando indicios de sarcasmo. No encontró ninguno.

(Roger Smith, Diablos de polvo, Barcelona, Es Pop Ediciones, 2012, pg 206)

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