lunes, 6 de mayo de 2013

La amistad no soporta deudas


Me gustaba mucho esta travesía. Contemplando el paso entre los dos fuertes, Saint-Nicolas y Saint-Jean, que custodian la entrada de Marsella y miran hacia alta mar y no hacia La Cannebière. Adrede. Marsella, puerta de Oriente. Lo otro. La aventura, el sueño. A los marselleses no les gustan los viajes. Todo el mundo los cree marineros, aventureros, que su padre o su abuelo han dado la vuelta al mundo, por lo menos una vez. Como mucho, habían llegado hasta Niolon. O al Cap Croisette. En las familias burguesas el mar estaba prohibido para los niños. El puerto propiciaba los negocios, pero el mar estaba sucio. Por ahí es por donde venía el vicio. Y la peste. Desde que empezaba a hacer bueno, la gente se iba al campo. A Aix y sus tierras, sus masías y sus bastidas. El mar se lo dejaban a los pobres.
El puerto fue el terreno de juego de nuestra infancia. Aprendimos a nadar entre los dos fuertes. Un día había que conseguir hacer la ida y vuelta. Para ser un hombre, para impresionar a las chicas. La primera vez, tuvieron que venir Manu y Ugo a rescatarme. Me iba a pique, medio ahogado.
—¿Has pasado miedo?
—No. Me he quedado sin respiración.
Respiración tenía. Pero había pasado miedo.
Manu y Ugo ya no estaban ahí para venir a socorrerme. Se habían ahogado y yo no había podido acudir en su ayuda. Ugo no había intentado verme. Lole había huido. Estaba solo, y me iba a hundir en la mierda. Sólo para estar en paz con ellos. Con nuestra juventud desbaratada. La amistad no soporta las deudas. Al final de la travesía quedaría sólo yo. Si conseguía llegar. Todavía me hacía algunas ilusiones sobre el mundo. Perduraban en mí viejos sueños tenaces. No estoy seguro de saber vivir ahora.

(Jean-Claude Izzo, Total Khéops, Madrid, Ediciones Akal, 2012, pág 194)

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