domingo, 5 de mayo de 2013

Montale y las mujeres


En mis brazos Marie-Lou se hacía cada vez más ligera. Su sudor liberaba las especias de su cuerpo. Nuez moscada, canela, pimienta. Albahaca también, como Lole. Me encantaban los cuerpos especiados. Cuanto más me empalmaba, más sentía su vientre duro frotarse contra mí. Sabíamos que acabaríamos en la cama, y queríamos retrasar el momento al máximo. Hasta que el deseo fuera ya insoportable. Porque, después, la realidad nos atraparía otra vez. Yo volvería a ser poli y ella una prostituta.
Me desperté como a las seis. La espalda cobriza de Marie-Lou me recordó a Lole. Me bebí la mitad de una botella de agua mineral, me vestí y salí. Fue ya en la calle donde me comenzó a dar otra vez. La comedura de coco. Otra vez ese sentimiento de insatisfacción que me acosaba desde que se marchó Rosa. A las mujeres con las que había vivido, las había amado. A todas. Y con pasión. Ellas también me habían amado. Pero seguro que más de verdad. Me habían regalado tiempo de sus vidas. El tiempo es algo esencial en la vida de una mujer. Es real para ellas. Relativo para los hombres. Me habían dado, sí, mucho. ¿Y qué les había ofrecido yo? Ternura. Placer. Felicidad inmediata. No se me daban mal esos terrenos. Pero ¿y después?

(Jean-Claude Izzo, Total Khéops, Madrid, Ediciones Akal, 2012, pág 76)

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