sábado, 22 de marzo de 2014

Viajante

Se pusieron a hablar. Aquel tipo tenía algo que le inspiraba confianza y, al mismo tiempo, le molestaba. Con una conversación sobre la cerveza en Alemania se puede discutir la noche entera, pero Blum tenía prisa y cambió de tema rápidamente. El hombre de marrón le comunicó que era viajante. Recorría los mercados y las zonas peatonales de las pequeñas ciudades desde el Bajo del Rin hasta Sauerland con unos productos de limpieza de calidad dudosa. Blum podía imaginárselo bajo el mapa mojado por la lluvia en la zona peatonal de Neheim-Hüsten con el jabón de espuma «despertar de la primavera» y el detergente «lana de oveja», dos productos que entablaban desde hacía cincuenta y siete años una batalla perdida contra Henkel, ante dos amas de casa con migraña y tres niños en edad escolar, dos de ellos de Asia Menor, un jueves por la tarde, con 13,30 marcos en el bolsillo y, como plan nocturno, una salchicha con ensalada de patata y una cama fría en el albergue cristiano. Aunque uno pudiera imaginárselo, eso no significaba que le fuera a pasar lo mismo, pero no obstante a Blum le entró un escalofrío por la espalda; un miedo más profundo que el que le tenía a todas las mafias.

(Jörg Fauser, El hombre de nieve, Madrid, Ediciones Akal, 2009)


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