lunes, 28 de abril de 2014

Prosopopeya

El viejo Draper levantó la cabeza. 
—O sea, que de comunista nada, ¿verdad? 
Nasti de plasti. La única actividad fuera de no ir a clase, beber cerveza, visitar discotecas y esnifar coca es la de intentar tocar la guitarra en ese grupo que te señalo ahí.
—¿De dónde habrá sacado la madre eso de que es comunista?
—A lo mejor por dejarse el pelo largo. Vete tú a saber. De todas maneras, ya sabes cómo es esa gente.
—¿Tampoco es anarquista?
—Tampoco, ya te digo. Durante los diez días que lo seguí no hizo otra cosa que lo que consigné. Y luego están las conversaciones que mantuve con él, en el retrete de la discoteca La Marabunta, mientras se metía rayas de coca.
—Bueno, pero debes poner un poquito más de prosopopeya, no hubiera ido mal, ya sabes.
—¿Qué entiendes tú por prosopopeya, Draper?
—Joder, un poquito más de cuento. Tiene que dar la impresión de que te ha costado mucho trabajo conseguir la información. Tal como lo has escrito da la impresión de que ha sido cosa fácil. La gente es muy peliculera con esto de los detectives privados. El cine y la tele nos hacen mucho daño, están jodiendo la profesión. Tenemos que justificar la pasta que nos pagan.
—¿Ah, sí? Pero yo soy un escritor realista, Draper.
—Déjate de coñas, Silverio, haz el favor. Sé lo que me digo.
—Bueno, vale. Retócalo a tu gusto. No te cobraré derechos de autor.

(Juan Madrid, Bares nocturnos, Barcelona, Edebé, 2009, pág 95)


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