miércoles, 4 de junio de 2014

Visitas

—Pues todavía te fue mejor que a mí —dijo Frankie—. Mi madre viene a verme todas las semanas. Todos los putos domingos, me levantaba y lo primero que tenía que hacer era ir a misa. Ese capullo, no había semana que no hablase de Dimas, joder. Bueno, no. Algunas semanas hablaba de hacerse pajas. Curioso, no decía nada de mamadas ni cosas así. Y luego la comida del domingo, ¿sabes? Que era tan mierda como las otras, pero se suponía que tenía que ser buena. ¿Has visto un nabo? Si veo otro nabo, se lo tiro a alguien. Y entonces mi pobrecita madre con sus canas y su puto abrigo hecho una mierda entraba con esa cara, como si le acabasen de machacar la cabeza. Y yo tenía que aguantar todo. “Rezo por ti, Frankie”. “Te he rezado una novena, Frankie”. “Espero que te den la condicional, Frankie”. “Frankie, tienes que cambiar de vida”. Y no se iba, tío, no había hecho todo el camino hasta ahí para quedarse solo cinco minutos. No, señor. Una semana se pone enferma y, para variar, viene Sandy. “¿Te puedo ayudar en algo, Frankie?” Joder si puedes. Encadena a mamá a la cama, mierda. “No quiere fastidiarte —dice Sandy—. Se siente culpable. Me lo dijo, no sabe en que falló.” “En no decirme que había gilipollas como el Doctor, en eso falló. Dile que a su próximo hijo le enseñe a planear bien el golpe y a no asociarse con un boca cabrón que lo joda todo.” Y Sandy se queda mirándome. “¿Quieres que le diga que no venga más?” Pues claro que quiero. Y Sandy se lo dice y la semana siguiente aparece mi madre, tendrías que haberla visto. Parecía que le habían dado una paliza. “Frankie, me ha dicho Sandy que no quieres que tu madre venga verte nunca más.” Y luego se echa a llorar y hay un montón de tíos mirando, la mitad son guardias que se lo soplarán al de la condicional: “Es un hijo puta con su madre, ella viene a visitarlo y ni se lo agradece”. Me cago en la leche, aquello fue espantoso. ¿Y que podía hacerlo yo? Le dije: “Vuelve mamá, sólo lo dije por decir”. Y volvió. Novenas, el vía crucis, el rosario, se va a rezar a la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y todo por mí. “No soy un lisiado, mamá”, le digo. “Tu alma sí”, me contesta. Hostia. Por suerte nos separaba una pantalla y no podía tocarla.
—Ella no sabe, nadie sabe. Solo creen que estás ahí dentro y no puedes salir. Eso es todo lo que saben. No saben nada.
—Pues ojalá supieran. Es insoportable. Además de estar encerrados, como si eso no fuera bastante, tienen que empeorarlo. Tío, si vuelvo ahí dentro, me aseguraré de que nadie se entere. No sé si podré soportar volver al trullo, pero lo que seguro no aguantaré son las visitas. Mierda.


(George V. Higgins, Mátalos suavemente, Barcelona, Libros del Asteroide, 2012, pág 131)

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