—Pues todavía te fue mejor que a mí —dijo Frankie—. Mi
madre viene a verme todas las semanas. Todos los putos domingos, me levantaba y
lo primero que tenía que hacer era ir a misa. Ese capullo, no había semana que
no hablase de Dimas, joder. Bueno, no. Algunas semanas hablaba de hacerse
pajas. Curioso, no decía nada de mamadas ni cosas así. Y luego la comida del
domingo, ¿sabes? Que era tan mierda como las otras, pero se suponía que tenía
que ser buena. ¿Has visto un nabo? Si veo otro nabo, se lo tiro a alguien. Y
entonces mi pobrecita madre con sus canas y su puto abrigo hecho una mierda
entraba con esa cara, como si le acabasen de machacar la cabeza. Y yo tenía que
aguantar todo. “Rezo por ti, Frankie”. “Te he rezado una novena, Frankie”. “Espero
que te den la condicional, Frankie”. “Frankie, tienes que cambiar de vida”. Y
no se iba, tío, no había hecho todo el camino hasta ahí para quedarse solo
cinco minutos. No, señor. Una semana se pone enferma y, para variar, viene
Sandy. “¿Te puedo ayudar en algo, Frankie?” Joder si puedes. Encadena a mamá a la
cama, mierda. “No quiere fastidiarte —dice Sandy—. Se siente culpable. Me lo
dijo, no sabe en que falló.” “En no decirme que había gilipollas como el Doctor,
en eso falló. Dile que a su próximo hijo le enseñe a planear bien el golpe y a
no asociarse con un boca cabrón que lo joda todo.” Y Sandy se queda mirándome. “¿Quieres
que le diga que no venga más?” Pues claro que quiero. Y Sandy se lo dice y la
semana siguiente aparece mi madre, tendrías que haberla visto. Parecía que le
habían dado una paliza. “Frankie, me ha dicho Sandy que no quieres que tu madre
venga verte nunca más.” Y luego se echa a llorar y hay un montón de tíos mirando, la mitad son guardias que se lo soplarán al de la condicional: “Es un
hijo puta con su madre, ella viene a visitarlo y ni se lo agradece”. Me cago en
la leche, aquello fue espantoso. ¿Y que podía hacerlo yo? Le dije: “Vuelve
mamá, sólo lo dije por decir”. Y volvió. Novenas, el vía crucis, el rosario, se
va a rezar a la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y todo por mí. “No
soy un lisiado, mamá”, le digo. “Tu alma sí”, me contesta. Hostia. Por suerte
nos separaba una pantalla y no podía tocarla.
—Ella no sabe, nadie sabe. Solo creen que estás ahí
dentro y no puedes salir. Eso es todo lo que saben. No saben nada.
—Pues ojalá supieran. Es insoportable. Además de estar
encerrados, como si eso no fuera bastante, tienen que empeorarlo. Tío, si
vuelvo ahí dentro, me aseguraré de que nadie se entere. No sé si podré soportar
volver al trullo, pero lo que seguro no aguantaré son las visitas. Mierda.
(George V.
Higgins, Mátalos suavemente, Barcelona,
Libros del Asteroide, 2012, pág 131)
No hay comentarios:
Publicar un comentario