sábado, 5 de julio de 2014

Donde las canciones no mienten

Francis sale del escenario. Se va limpiando lágrimas y mocos con la manga de la chaqueta. Lleva consigo la acústica. No va hacia la sala que les hace de vestuario. Necesita salir a la calle. Se ahoga allí dentro. Fuera, una ráfaga de viento le refresca. Echa a andar por las calles desiertas rodeadas de almacenes abandonados. No sabe qué hacer ni adonde ir pero reconoce ese andar sin sentido ni control y se asusta de aquella soledad tan suya pero ahora ya definitiva, que le está aplastando contra el suelo, sin piedad alguna. Exige a su cabeza pensar qué tipo le venderá esto o aquello o qué mujer aún le perdonará la mitad de la mierda que le habrá echado encima. Pero en el fondo sabe que hoy no quieres drogas y sexo. Solo quiere regresar al país donde se enamoraba como en las canciones. Donde las canciones no mentían. Donde uno era inmortal porque deseaba y era deseado y alguien a mil kilómetros de allí había escrito y cantado una canción especialmente para eso, para pasarla en tu cine particular.
En el fondo se conformaría con poder regresar a la última vez que fue generoso.

(Carlos Zanón, Yo fui Johnny Thunders, Barcelona, RBA Libros, 2014, pág 219)


No hay comentarios:

Publicar un comentario