Xavi sale por la boca de metro, cruza el paseo Maragall y
enfila la calle Agregació. En una de esas calles repletas de talleres y puticlubs
está el local que busca. El barrio es tan gris como el cielo de aquella mañana,
de cazo de leche de los de antes, aquellos en lo que su abuelo calentaba el
desayuno y metía tropezones de pan. Los locales tienen nombres idiotas —Sheik, Arlequín,
Dólar— y Xavi cree que podría adivinar qué ganado está dentro —putas pizcas y
clientes tarados— en un mundo de caspa y terciopelo rojo, abrasado de manchas
de licor y semen triste. Los garajes, por el contrario, no lucen rótulo ni
nombres: solo coches para pupilaje, mecánicos cantarines, de bocatas envueltos
en papel de periódico y mirada castigada en pintura y chapado.
(Carlos Zanón, Yo fui Johnny Thunders, Barcelona, RBA
Libros, 2014, pág 179)
No hay comentarios:
Publicar un comentario