En las Iglesia católica, romana y anglicana, el primer día
de noviembre es un día festivo durante el cual la Iglesia glorifica a Dios por
todos sus santos, conocidos o desconocidos. La palabra “hallow” deriva de halloween medieval, derivada a su vez de
halgian en inglés antiguo, y
significa “hacer o poner aparte como sagrado; santificar; consagrar”. Tanto el Día
de Hallow como la misa de Hallow son hoy nombres arcaicos de esta festividad;
actualmente —salvo en las novelas— se le llama Día de todos Los Santos. Pero
siempre se ha celebrado el primer día de noviembre, que en tiempos céltico
coincidía con el primer día del invierno, un tiempo de fantasmas y brujas
paganas, mascaradas y disfraces. Sin embargo, la vigilia y el ayuno que se
producen al día siguiente son de origen indudablemente cristiano.
En vísperas del Día de todos Los Santos, una cristiana y
una judía velaban en un corredor del Pabellón Ernest Atlas en la cuarta planta
del Hospital Buenavista.
La cristiana era Teddy Carella.
La judía era Sarah Meyer.
El reloj de pared que había en el corredor señalaba las
11:47 de la noche.
Sarah Meyer tenía el pelo castaño, ojos azules y unos
labios que su esposo siempre había considerado sensuales.
Teddy Carella tenía el pelo negro y los ojos marrones, y
labios que no podían hablar, porque había nacido sordomuda.
Sarah no había visto el interior de una sinagoga desde
hacía más años de lo que se atrevía a contar.
Teddy apenas conocía los alrededores de la iglesia de su
vecindario.
Pero las dos mujeres rezaban en silencio, y ambas rezaban
por el mismo hombre.
Sarah sabía que su esposo estaba fuera de peligro.
Era Steve Carella quien aún se encontraba en el quirófano.
Siguiendo un impulso, cogió la mano de Teddy y la apretó.
Ninguna de las dos mujeres dijo una sola palabra.
(Ed McBain, Trampas, Barcelona, Ediciones B, 1987,
pág 164)
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