sábado, 20 de diciembre de 2014

Medio

Es posible que durante todo ese tiempo, Jorge B. se mantuviera fiel a una creencia: había cometido un crimen, sí, pero sin proponérselo, lo cual atenuaba su culpa. En cuanto a sus intenciones con respecto a la amiga de Alcira, la policía había llegado primero, eximiéndolo de una dura e incierta prueba. Hubo una pregunta, sin embargo, que seguramente nunca se formuló durante el largo encierro:
¿Qué o quién había matado entonces a Alcira, usándolo a él de medio, adoptando la encubierta forma del accidente?
En prisión, Jorge B. no abandonó su hábito de leer novelas policiales. Sus preferidas siguieron siendo aquellas que trataban del crimen perfecto. Aunque algo sabía ahora por experiencia propia: para aspirar el crimen perfecto, éste no puede ser consecuencia de un acto involuntario. Debe cometerse con premeditación, calculando todos los detalles, bajo un estado de absoluta y fría lucidez.

(“Un cuerpo diseminado por la ciudad – (año 1955)”, Alberto Ramponelli, Crónicas del mal, Ezeiza, Muerde Muertos, 2014, pág 104)


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