Estokolmo, Gustavo Escanlar
Compré este libro una tarde soleada y fresca en una “librería/disquería/tiendita-cool”
de cuatro metros cuadrados, en la avenida Flores, Colonia del Sacramento.
Amigos en cuyos criterios confío me habían hablado del autor y, en especial, de
esta novela. A la mañana siguiente la misma vendedora me miraba raro. Tal vez
esperaba un reclamo mío, o tal vez se me notaban los efectos de tremendo saque
literario. Yo sólo volvía por más de ese autor que la chica no conocía. Rescaté
un volumen de cuentos y artículos que aún espera en mi biblioteca: considero que
un Escanlar por año está bien. Por su potencia y porque, dado que murió en 2010,
habrá que dosificar lo que hay.
El dato de su muerte joven lo supe después, como supe de
su fama de revoltoso, mediático, de su halo de poeta maldito, especie de Bukowski
de agua dulce, siempre haciendo olas en el barroso río de la intelligentzia de aquella orilla. Mejor,
me dije: pude leer su novela con la cabeza libre de cualquier prejuicio.
La historia es la de Marcelo, el Chole y el Seba, tres pibes
de distintos orígenes, pero subidos al mismo tren de delincuencia. Dan pequeños
golpes, conocen los mercados para reducir lo robado, para conseguir las sustancias
ilegales que son su combustible. El robo en una mansión, en medio de una
fiesta, añade dos figuras en sus prontuarios: el asesinato y el secuestro.
Porque en la fiesta liquidan a uno, y se llevan a su novia, Demonio, una nena bien con ganas de aventura,
que, síndrome de Estocolmo mediante, se adhiere al grupo, se infiltra como el
agua en la piedra.
La novela, breve —algo más de 100 páginas—, viaja veloz
hacia un final duro. Un Montevideo de barrios bajos, de pegamento aspirado,
llamadas y fumo es protagonista. La
letra y la música las ponen Charly García, los Redondos. Las tensiones de
clase, la rebeldía contra todo, contra el “burgués de mierda”, el “bienpensante”,
salta en los diálogos entre el narrador Marcelo y el Seba, un poco el líder de
esta banda de amigos. Y en la mirada que ambos tienen de Demonio, que es la que
trae, además, la tensión sexual.
Se dice que las voces de los tres personajes, en especial
la de Marcelo, el narrador, suenan bastante autorreferenciales, a la luz de la
“vida/obra” de ese operador contracultural que fue Escanlar. Es tan probable
como es seguro que son voces muy logradas, el tono perfecto para esta historia que
camina, bien contada. Pero más allá de estos méritos, la lectura de Estokolmo me hizo pensar en las
influencias, en las tradiciones, en lo que significa “de culto”. Publicada en
1998, esta rabiosa novela no ha perdido un gramo de su potencia. Sigue
funcionando a pesar de los años. Esto es algo que les pasa a los clásicos. De
acuerdo: tal vez no de la literatura universal ni de la latinoamericana ni nada
de eso, que suena grande, pero sí Estokolmo
se puede leer como un clásico de cierta literatura negra y urbana de las
riberas rioplatenses. Una especie de piedra angular en la que se apoyó algo de lo
que se produjo en estos pagos —pagos geográficos, pagos de género literario—
desde el comienzo del nuevo siglo. Con su lenguaje crudo, callejero —apenas
desplazado de versiones porteñas—, con referencias a la cultura popular
—música, cine— y al fútbol, la herencia de un libro así se percibe, por
ejemplo, en la obra de un autor como Leo Oyola. Casualmente, uno de los amigos
mencionados al principio, a quienes les debo el haberme hecho conocer esta
pieza valiosa de nuestra literatura negra.
Párrafo aparte merece la edición de Criatura Editora que,
además de impecable, es bellísima.
5/14
Seguí
pinchando: si te interesó este libro, de lo que hay en este blog te
recomendaría que te des una vuelta por lo de
Renzo Rosello, o todo lo de
Leo Oyola. Y también, porqué no, ya que Escanlar lo homenajea en su libro, sería
bueno que leas esto acerca del gran
Rubem Fonseca.