Rueda de reconocimiento.
Cinco sospechosos de violación, cuatro
víctimas de violación, un espejo polarizado en medio. Una tarima y las escalas
de estatura marcadas en la pared.
Sillas para los testigos presenciales.
Ceniceros de pie. Un desconcertante cartel en la pared.
Mostraba banderas y águilas
dispépticas. Era un anuncio de bonos de guerra. Promovía la intervención en
esta guerra de inspiración judía.
Dudley era pro-Comité América Primero.
Le encantaban los programas semanales del padre Coughlin. Disfrutaba con las
diatribas de Gerald L. K. Smith. Compartía el apellido con el pastor Smith pero
no tenían lazos consanguíneos. El pastor era abominablemente antipapista.
—Las mujeres violadas están en la
habitación de al lado —dijo Mike Breuning—. Todas sostienen que pueden
identificar al individuo, así que por ese lado estamos de suerte. Los
participantes en la rueda de reconocimiento están entre bastidores. Son todos
policías militares de la compañía de Fort MacArthur, y todos coinciden con la
descripción del sospechoso.
Dick Carlisle hizo crujir los nudillos.
Elmer Jackson hojeó su bloc de notas. Había colaborado en el caso del violador
en serie desde el principio.
Dudley lo observó mientras leía. Sí,
tenía el pálpito de que las violaciones guardaban relación con el atraco a la
farmacia de esa mañana. Ese lumbreras japonés del laboratorio tenía razón: las
fibras encontradas en el expositor no situaban al violador con total certeza en
la farmacia. La posible acumulación de dos delitos era intrascendente. La violación
tenía efectos devastadores en las mujeres. Era un delito equiparable al
asesinato. Así se lo dijo a Llámame Jack. Llámame Jack contestó: «Ocúpate tú,
Dud».
Elmer mordió el extremo de un puro.
Elmer controlaba una red de putas con Brenda Allen. Los teléfonos de la Brigada
Antivicio estaban intervenidos. Todo el mundo conocía los trapos sucios de todo
el mundo. El edificio municipal era un gran puesto de escucha.
(James Ellroy, Perfidia, Barcelona, Penguin Random
House, 2015)
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