martes, 29 de septiembre de 2015

Trenes extranjeros

En mi imaginación, Sariska se burló de mí cuando me di la vuelta para mirar esa ciudad de luces nocturnas y esta vez miré y vi su ciudad vecina. Ilícito, pero lo hice. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez? Había tanques de gas que no debería ver, anuncios de habitaciones que colgaban sujetos de unos marcos esqueléticos de metal. En la calle, al menos uno de los peatones (lo sabía por la ropa que llevaba, por los colores, por la forma de andar), no estaba en Besźel, y lo miré de todas formas.
Dirigir la mirada a las vías del ferrocarril que estaban a unos cuantos metros de mi ventana y esperé, como sabía que ocurriría en algún momento, hasta que apareciera un tren. Mire a través de la ventanas iluminadas que pasaban a toda velocidad y a los ojos de los escasos pasajeros, de los cuales solo unos pocos me vieron a mí y se quedaron alarmados. Pero desaparecieron deprisa por encima de la unión de los grupos de tejados: fue un crimen fugaz, y no por su culpa. Puede que ni siquiera se sintieron culpables durante mucho tiempo. Puede que no recordaran esa mirada. Siempre quise vivir en un lugar donde pudiera ver trenes extranjeros.

(China Miéville, La ciudad y la ciudad, Madrid, La Factoría de Ideas, 2014, pág 51)


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