miércoles, 30 de septiembre de 2015

Entramado urbano

Los edificios de Besźel eran de ladrillo y yeso, todos coronados por una de las chimeneas familiares que me miraban fijamente, formas humanamente grotescas que llevaban ese arbusto por barba. Hace algunas décadas esos lugares no habrían tenido ese aspecto tan derruido: habrían sido más ruidosos y la calle habría estado llena de jóvenes oficinistas vestidos con trajes oscuros y de supervisores que venían de visita. Detrás de los edificios que se levantaban el norte había astilleros industriales y, más lejos, un meandro del río donde los muelles que una vez bulleron de actividad eran ahora esqueletos de hierro que yacían allí como en un cementerio.
Por aquel entonces la zona de Ul Qoma con la que compartía ese espacio era tranquila. Ahora se había vuelto más ruidosa: los vecinos habían ido cambiando económicamente en oposición de fase. El comercio de Ul Qoma repuntó cuando la industria que dependía del río desaceleró su crecimiento y ahora había más extranjeros caminando sobre los adoquines desgastados que habitante de Besźel. Los tugurios que se derruyeron y que una vez fueron almenados y lumpenbarrocos (no es que lo viera: los desví escrupulosamente pero aún así reparé algo en ellos, ilícitamente, y recordé los estilos por la vieja fotografías), habían sido restaurados y ahora eran galerías y pequeñas empresas recién creadas con el dominio .uq.
Me fijé en los números de los edificios locales. Se alzaban entrecortados, intercalados con la otredad de espacios extranjeros. Aunque en Besźel la zona estaba muy poco poblada, no era así al otro lado de la frontera, por lo que tuve que esquivar y desver a muchos jóvenes y elegantes hombres y mujeres de negocios. Sus voces me llegaban apagadas, como un ruido cualquiera. Ese desvanecimiento auditivo llega después de años de entrenamiento besźelí. Cuando llegué hasta la fachada alquitranada frente a la que me esperaba Corwin junto a un hombre con cara de no estar muy contento, nos quedamos de pie en una zona casi desierta de Besźel rodeados de una muchedumbre ajetreada a la que desoíamos.

(China Miéville, La ciudad y la ciudad, Madrid, La Factoría de Ideas, 2014, pág 55)


martes, 29 de septiembre de 2015

Trenes extranjeros

En mi imaginación, Sariska se burló de mí cuando me di la vuelta para mirar esa ciudad de luces nocturnas y esta vez miré y vi su ciudad vecina. Ilícito, pero lo hice. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez? Había tanques de gas que no debería ver, anuncios de habitaciones que colgaban sujetos de unos marcos esqueléticos de metal. En la calle, al menos uno de los peatones (lo sabía por la ropa que llevaba, por los colores, por la forma de andar), no estaba en Besźel, y lo miré de todas formas.
Dirigir la mirada a las vías del ferrocarril que estaban a unos cuantos metros de mi ventana y esperé, como sabía que ocurriría en algún momento, hasta que apareciera un tren. Mire a través de la ventanas iluminadas que pasaban a toda velocidad y a los ojos de los escasos pasajeros, de los cuales solo unos pocos me vieron a mí y se quedaron alarmados. Pero desaparecieron deprisa por encima de la unión de los grupos de tejados: fue un crimen fugaz, y no por su culpa. Puede que ni siquiera se sintieron culpables durante mucho tiempo. Puede que no recordaran esa mirada. Siempre quise vivir en un lugar donde pudiera ver trenes extranjeros.

(China Miéville, La ciudad y la ciudad, Madrid, La Factoría de Ideas, 2014, pág 51)


viernes, 25 de septiembre de 2015

Otra historia de dos ciudades

La ciudad y la ciudad, China Miéville

Sin ser lector habitual de ciencia ficción o fantástico, mantengo el interés por dos autores británicos contemporáneos. Uno es M. John Harrison y el otro es China Miéville. Grande fue mi sorpresa cuando encontré un libro de este último en la sección de “policiales” de una librería porteña. Lo primero que pensé fue en un error de clasificación de algún librero novato. Leí la contratapa y, en cuanto pude sobreponerme al bizarro comentario que mezcla a Philip K. Dick, a Chandler y a Kafka en una improbable genealogía, decidí darle una oportunidad.

La ciudad y la ciudad relata la investigación de un asesinato. La lleva a cabo el inspector Tyador Borlú, también narrador. La acción comienza en la ciudad de Besźel, en algún lugar del este de Europa, en uno de cuyos suburbios aparece el cadáver de una chica. La hipótesis inicial de que se trata de una prostituta local es reemplazada enseguida por otra de implicancias mucho, muchísimo más inquietantes: la víctima vivía en otra ciudad, en Ul Qoma. ¿Qué tiene esto de terrible? Veamos.

Besźel y Ul Qoma, las dos ciudades del título, son las verdaderas protagonistas del libro. Rivales y hermanas, no son solamente vecinas sino que en muchas zonas hasta comparten el mismo espacio físico. Son sus zonas entramadas. Sin embargo, los habitantes de una y otra no pueden relacionarse. Vestidos con modas distintas, hablando besź e ilitano, no pueden siquiera verse, aunque pasen a centímetros mientras caminan por una calle que “topordinariamente” es única pero que, por supuesto, tiene nombres y arquitecturas distintas en Besźel y en Ul Qoma. Esta extraña superposición, que poco tiene de frontera física y que es casi íntegramente política y cultural, no afecta sólo a los espacios públicos: en un mismo edificio puede haber una puerta que pertenezca a una ciudad, y otra a su opuesta, con vecinos que deben ignorarse. Técnicamente, más que ignorarse, deben desverse, desolerse, desoírse, y toda una serie de des-acciones que forman parte de la educación ciudadana de los besźelíes y los ulqomanos. No hacerlo conlleva cometer una “brecha”, transgresión inadmisible para un Sistema cuyo brazo armado, una especie de fuerza de seguridad omnipresente y de poder ilimitado llamada justamente la Brecha, se ocupa de resolver y castigar ese tipo de crímenes de la manera más expeditiva: con la desaparición de los culpables.

Borlú no tarda en comprender que el caso (habitante de una ciudad, cadáver en otra) es de implicancias muy oscuras, y su primera idea es lavarse las manos y tirarle el muerto a la Brecha. Sin embargo, cuando las autoridades rechazan la existencia de esa “brecha”, él se ve obligado a continuar con la investigación. En ese periplo deberá viajar a Ul Qoma para trabajar con su par Qussim Dhatt, detective de la militsya ulqomana. Sufriendo la hostilidad de todo tipo de organizaciones —desde los ultranacionalistas de ambos lados hasta los unionistas—, Borlú encontrará que la chica era una agitadora y estudiante involucrada en investigaciones arqueológicas relacionadas con la Escisión —evento histórico del que poco se sabe pero que está en el origen del extraño vínculo de las ciudades— y con la mítica tercera ciudad de Orciny, asuntos ambos profundamente subversivos.

A pesar de que el magnetismo central está en el escenario maravilloso que construye Miéville, La ciudad y la ciudad es por su estructura, por su lenguaje, por su investigador arquetípico, por su contexto urbano, una novela negra hecha y derecha: una investigación policíaca en riesgo permanente de transgredir las fronteras, amenazada por un burocracia monstruosa, de ribetes kafkianos. Sin embargo, la concepción de este mundo de ciudades superpuestas, tan perfecta y obsesivamente ensamblado, tan verosímil, es lo que  hace de ella también una historia de ciencia ficción que propone distintos planos de lectura, más o menos alegóricos. ¿Cuánto de esa eficaz verosimilitud apela a la experiencia y el conocimiento que tiene el lector de las muchas ciudades que conviven sin conexión en cualquiera de las grandes urbes reales que habitamos en este siglo XXI? ¿Cuántas fronteras mentales, morales, psicológicas, culturales nos mantienen cercados en nuestra pequeña ciudad, “topordinariamente” incluida dentro/sobre otra ciudad más grande? En otras palabras, ¿cuánto vas a desver y desoír en un rato cuando camines por tus calles?

Afortunadamente, las fronteras entre los géneros son bastante más permeables que las que vinculan a Besźel y Ul Qoma. Y no hay ninguna Brecha que castigue a los lectores que las atraviesan. Animate a poner un pie en el fantástico, y sumergite en las calles de La ciudad y la ciudad. Vas a coincidir conmigo en que merece cada uno de los premios que obtuvo (más allá del puro marketing que los editores volcaron en aquella extraña frase de la contratapa que casi me hacer pasar de largo).

Bonus track: en la edición de La Factoría de Ideas que leí se incluye (al final del libro, debido a los spoilers) una interesantísima entrevista al autor.

Traducción: Silvia Schettin Pérez


08/15

martes, 1 de septiembre de 2015

Whisky Bill

Otro puto convoy. Embotellamiento en Pico con Crenshaw.
Un cruce importante. Los seis carriles cortados. Bocinazos de los civiles al volante de sus automóviles: en parte fervor, en parte frustración.
Parker consultó su reloj. Ya llegaba con dos minutos de retraso. Iba a reunirse con Carl Hull en la comisaría de Wilshire. Carl mantenía al día los archivos del Departamento relacionados con la quinta columna. Carl era mitad agente de inteligencia, mitad poli.
Un tipejo en moto saltó por encima del enganche de un semioruga y se alejó como una exhalación en sentido oeste. Con esa acción infringió cuatro leyes del código de circulación. El aviso sobre el coche recién usado en el atraco le había representado una hora. El chisme de ese chico, Ashida, compensaba.
Los soldados aplaudieron el salto. El tipejo les hizo un corte de mangas.
Parker se bajó del coche. El convoy llegaba hasta Olympic por el norte y hasta Washington por el sur. Tráfico cruzado, vehículos pesados, cretinos del ejército saltándose semáforos en rojo.
La sirena no le serviría de nada. El bullicio de la calle habría ahogado el sonido. Los elementos de fortificación iban destinados a las fábricas de pertrechos militares. Dos obuses iban destinados a la Douglas Aircraft. Su antiguo jefe estaba al frente de la policía apostada en la fábrica. James Edgar Davis, alias «Dos Pistolas», tendría dos armas más.
Estaba inmovilizado en medio del tráfico. Estaba inmovilizado en la División de Tráfico. Era el Hombre que Aspiraba a Ser Jefe. Estaba inmovilizado en todos los frentes.
Era de Deadwood, Dakota del Sur. Era hijo de la Santa Madre Iglesia y del sentido de la justicia de un pueblo minero. Será jefe. Truncará la línea sucesoria protestante. Implantará rigurosas reformas. Ese afán reformista suyo tan desabrido era de inspiración divina. Será jefe. Ha estado preparando el terreno durante años.
Es William H. Parker Tercero. Bill Parker Primero fue coronel del Ejército de la Unión y fiscal. Bill Parker Primero ordenó el cierre de burdeles y fumaderos de opio. Bill Parker Primero obtuvo un escaño en el Congreso en 1906. Murió de cirrosis a los sesenta y un años.
Bill Parker Primero padecía La Sed. Línea sucesoria: Bill Parker Segundo y Tercero la heredaron.
Su mote en el Departamento de Policía es «Whisky Bill». Tiene su gracia, pero es incompleto. No refleja su conducta en el contexto de ese padecimiento.

(James Ellroy, Perfidia, Barcelona, Penguin Random House, 2015)