Yo fui Johnny Thunders,
Carlos Zanón
En Barcelona, en un barrio alejado del centro, un hombre maduro
vuelve a la casa de su padre. Trae sus mejores intenciones para el futuro: conseguir
un trabajo, recuperar a su hijo. Trae también su pasado de noches, drogas y
rock´n´roll. En suma, casi como cualquiera que vuelve a casa de los viejos.
Pero el problema con este hombre es que son dos hombres: Francis y Mr. Frankie.
Mr. Frankie fue un habitante de los riffs furiosos y de los
lavabos tóxicos. Una vez reemplazó en
el escenario al decadente exguitarrista de los New York Dolls. Esa fue la vez
que Mr. Frankie fue Johnny Thunders. Eran los años en que la vida podía
reducirse a frenéticas canciones de tres minutos y a polvos apurados en autos o
en rincones pegajosos. El país de las jeringas. Vivir rápido, morir joven.
Pero ahora Francis es un tipo de casi cincuenta. Alguien
que gritaba no future, desorientado en un future que nunca esperó. Y se encuentra solo, en un barrio en
ruinas, con un padre que lo detesta y un hijo que se niega a verlo. Con sus
amigos caídos, o quemados para siempre (*) entre jeringas, botellas y motos sin
control.
Francis es un hombre que ha cometido dos veces el mismo
error. La primera cuando, en aquellos años, se fue de su barrio chato, gris, detrás
del sueño de ser Mr. Frankie, crear buenas canciones y gozar de mil groupies. Y
la segunda ahora, cuando vuelve a ese mismo barrio. Un regreso que no puede ser
más que fracaso. Dos veces el mismo error: el que nace de la idea equivocada,
de la posibilidad inexistente de algunas huidas. Francis no termina de darse cuenta
de que nunca pudo ni podrá irse de su barrio, porque su barrio es el que le dio
la identidad. Y de ese barrio amplio —que es geográfico pero también musical,
familiar y social, es decir, histórico—, nadie puede escapar. Se lo lleva por
siempre en la mochila, amigo Francis.
La narración va y viene, con flasbacks de aquel pasado
musical bello, brillante, de los greatest
hits de la vida de Mr. Frankie, a esta desesperación opaca de hoy. Un
universo de ahogo, de bingos tristes y migajas inservibles, animado por
personajes no menos grises a quienes la crisis tiene agarrados del cuello. En
ese panorama desolador, sin oportunidades, todos terminarán arrastrados por una
catarata de violencia y destrucción. Y entre ellos, el pobre Francis/Mr.
Frankie, que se enfrentará a solas a un chute
que, sabe, bien podría ser el último.
Yo fui Johnny
Thunders es la tercera novela que Carlos Zanón publica en la Serie Negra de
RBA, algo que a esta altura puede resultar curioso a los pegadores de
etiquetas. ¿Dónde está el detective? ¿Cuál es el crimen, el negocio turbio, la
denuncia? Eludiendo todos esos clichés, Zanón entrega otra vez una historia
negrísima que es más tragedia urbana que mero thriller y que es la más personal —no me animo a decir
autobiográfica— de las historias suyas que he leído.
Con la impecable, potente, poética prosa que le conocemos
de sus obras anteriores, Carlos Zanón vuelve a escribir sobre —cuándo no— el
amor. El amor a la música, a una época, a una geografía de barrio humilde. Y
sobre todo el amor a los sueños incorrectos, indebidos. A los sueños nunca
cumplidos.
A los sueños que permanecen así, sueños.
4/14
(*): Uno de estos personajes secundarios es Álex Dalmau. ¿Suena conocido? Efectivamente, es el mismo de Tarde, mal y nunca. Su hermano Epi “se metió en un buen lío” y está en Quatre Camins. “El mes pasado lo dejaron salir para casarse con la Tiffany”.